Escribir para seguir #22

El calendario marcaba el 19 de julio del “Año Dalí”–cien años habían pasado desde que aquel genio de bigotes derrengados pegó su primer alarido en este mundo viejo al que llegó empapado, para pintar sueños de relojes derretidos y horas que jamás atormentan–.
Charly García cantaba en Razmatazz, era como estar a horas, a minutos, a segundos de cumplir un sueño. ¡Qué gran sensación es esa! Nunca lo había visto en vivo antes, pero me había acompañado desde que tenía memoria.
Llegó la hora marcada pero con ese Charly no existía seguridad en lo pactado. Eran épocas en las que se pasaba rompiendo guitarras, huyendo de los shows, así que yo estaba preparadísima para que se largue antes de terminar la primera canción. Igual no me importaba, yo quería verlo aunque sea una vez en mi vida y por cinco segundos.
Esperamos un rato hasta que apareció alto, flaquísimo, imponente, como una revelación. Recorrió el escenario histriónico, acelerado, escuchó los primeros acordes, se tocó el oído y puso cara de disgusto. Yo que lo acechaba como a la presa de mi supervivencia no me perdía detalle, cuando vi esa expresión en su cara me dije: –Se acabó el concierto… pero qué más da, Charly, el gran Charly García esta a pocos metros de mí.
En eso los técnicos empezaron a correr desesperados, movían cables, instrumentos, se cruzaban, llevaban, traían. Se hizo un largo silencio algo aterrador, hasta que él volvió como un espíritu amado que vuelve del más allá. Definitivamente iluminado, llegó al centro del escenario con pasos decididos, agarró el micrófono y cantó casi dos horas sin parar, parecía un milagro.
Fue el mejor concierto de mi vida.
En medio de ese pequeño pogo, de esa algarabía compartida, caí en la cuenta de que en Argentina en ese preciso momento empezaba el festejo del “Día del Amigo”, diez días antes que en Paraguay. Y yo estaba ahí, rodeada de los míos, saltando y cantando con los ojos cerrados como tanto me gusta. En un momento levanté la mirada y apareció entre la muchedumbre mi primo Hori vibrando, era todo tan surreal como el año en que vivíamos.
Terminó el concierto y salimos levitando felices como lombrices, caminamos las calles de Barna conmovidos, comimos shawarmas, brindamos con Estrellas y disfrutamos la vida celebrando nuestra amistad. Porque la Amistad es entre otras cosas tener a alguien con quien bailar como si fuese el último día, es construir recuerdos entrañables, es andar abrazados al menos una parte del camino, es reír, llorar, fantasear, es amar y es cuidar.
“No voy a esperar las caras que yo extraño. No voy a esperar que el destino hable por mí”.
Gracias Carlos Alberto García por el 20 de Julio del 2004.
¡Feliz día Amics!




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