Escribir para seguir #8

Hay frases cotidianas que se vuelven célebres por el peso que tienen en nuestras vidas. Esta es una de ellas en la mía porque representa una parte fundante y luminosa de mi infancia.

Mi tío Shota la repetía ritualmente cada vez que volvía de la farmacia. Antes de desensillar en su casa, cruzaba el patio común, se acercaba a la ventana de la pieza del fondo de la mía, y a través de las rejas gritaba a modo de canto:
–¡Adelaaaa, prendé la velaaa!
Ella, del otro lado, recia por fuera, dulce de leche por dentro, disimulaba la alegría ignorándolo. Concentradísima en alguna novela romántica que le recordaba lo que no pudo ser.
Desde el año pasado empecé a armar mi “Altar de Muertos” al estilo mejicano. Para mí fue como un nuevo despertar, como sentir que la trascendecia es verdaderamente ostencible en el recuerdo; en la evocación, el amor y la gratitud infinitas expresados en una flor, una vela encendida, una calaca, una fruta, una foto. Y sobretodo, en unos ojos nuevos, curiosos que mantienen encendida la luz de la memoria.
Los rituales están para colorear nuestras vidas, para cargarlas de sentido y convertirlas en un viaje confiable a través del cual, la rutina se rompe para habitarlos, disfrutarlos y en este caso particular, paradójicamente sentirnos vivos.
Gratitud eterna a mis adoradas tías abuelas Adela y Conce, la infancia fue amorosa y segura bajo su amparo.








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