Escribir para seguir #18

Mi Viaje hacia la Maternidad

“Mi madre me cuidará, me impedirá usar alfileres en vez de botones y escribir hasta las tantas de la noche. Y yo, a mi vez, cuidaré a mis hijos, venciendo la tentación de mandarlo todo a freír espárragos. Volveré a ser grave y maternal, como siempre me ocurre cuando estoy con ellos, una persona distinta de esta de ahora, una persona a la que mi amiga no conoce en absoluto.

Miraré el reloj y tendré en cuenta la hora, estaré vigilante y atenta en todas las cosas, y me preocuparé de que mis hijos tengan los pies siempre secos y calientes, porque sé que así debe ser si se puede, al menos en la infancia.”

En mi casa materna también se usan los zapatos nuevos. Tiene bastante sentido porque, sobretodo a mi papá, le costó mucho esfuerzo y sacrificios en todas las etapas de su vida poder acceder a ellos.

En cambio a mí, me llevó un largo recorrido aceptar con entereza que yo prefería usar los zapatos rotos. Sin pensar que con esta elección mis padres podrían sentirse traicionados, rechazados, o que yo no les agradecía lo suficiente, aquello que ellos tan generosamente me habían brindado a lo largo de mi infancia y adolescencia, incluso en parte de mi juventud. En realidad, está muy claro que no pudieron haberme hecho mayor regalo.

Siento que mi viaje por la maternidad se engloba de un modo perfecto en estas palabras que Natalia Ginzburg escribió tan cálidamente hace 60 años. Y que me regaló, para que yo pueda aceptar mi manera de maternar en paz. Sí, yo soy estas dos caras de la misma moneda.

Desde que tengo conciencia fantaseo con ser mamá, ninguna otra cosa anhelé a lo largo de mi vida con tanta coherencia. En el camino de ida recorrí mi infancia, comprendí con ternura cada reacción de mi madre cuando me fui, y me entristeció profundamente darme cuenta de que ella no pudo disfrutarme como se merecía. No había tenido la oportunidad de saciarse de mí, para luego, poder dejarme ir con mayor serenidad y sin sufrimiento.

Nosotros, con Adrián, en consecuencia, construimos intuitivamente una vida que nos permitiese nutrirnos cotidianamente los unos de los otros. Muy conscientes de las renuncias que esta elección implicaba para nuestra familia en otros sentidos.

Lo que no quiere decir que muchas veces, igualmente, no me asalten enormes ganas de mandarlo todo a freír espárragos, como a Natalia. Pero aprendí que en la vida no se puede tenerlo todo, y que la única manera de transcurrirla con cierta paz es identificando mis prioridades, y siguiéndolas. De tal manera que, cuando llegue el momento en que ellos levanten sus alas, sólo necesite saberlos a salvo, sin importar cuan lejos o cerca de mí construyan sus vidas.

Antes, tuve el privilegio de recorrer una partecita del mundo. Amanecí más que la mayoría, cerré algunos bares, abrí otros mirando el mar y, sobretodo, recolecté amigos entrañables a ambos lados del Atlántico y del Ecuador. Caminé muchas ciudades, fotografié todos los atardeceres que pude y me guardé en el alma a cada persona con la que el viaje me cruzó en un instante perfecto.

Algunas veces tuve miedo, pero no fui cobarde, dejé que la piel de mis manos se robustezca para comprender a los otros y para vivir mil vidas en una. Me disfracé de estatua de Rambla, descifré lo que es dejar de ser una para ser otra a la que todos miran y nadie conoce.

Creí ilusamente que me estaba preparando para ser la madre que siempre imaginé.

Hasta que nació mi primer hijo y todo lo que creía irrompible, se rompió. Y me descubrí tan imperfecta que me faltó el aire. En el universo de las certezas juveniles, impúdicas y atrevidas estalló Hiroshima, para desintegrarme y reconstruirme ancestral, instintiva, más humana. Completamente fragmentada, tantas veces irreconocible.

En la maternidad “Todo son preguntas” como diría Juan José Millás en un libro que atesoro. Sin embargo, hay una certeza robusta: EL AMOR que nos une con la fuerza vital de un cordón umbilical invisible, es infinito.

Sólo se trata de dejarse llevar por la ternura.


* La alusión a los “zapatos nuevos o rotos” y el texto con el que se inicia el relato fueron extraídos del capítulo “Zapatos rotos”, del libro “Las pequeñas virtudes” de Natalia Ginzburg.

(...) y mis hijos vayan por su camino, con los zapatos nuevos y buenos y el paso firme de quien no renuncia, o con los zapatos rotos y el paso largo e indolente de quien sabe lo que no es necesario.





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