Escribir para seguir #19

Transcurría el año 2002 en la ciudad de Barcelona cuando llegué y descubrí dos cosas que hasta ese momento ignoraba por completo. La primera, en España no se hablaba español, se hablaba catalán; la segunda, la lógica absurda con la cual hasta nuestros días funciona el mundo moderno de las fronteras y sus leyes.


Tenía yo 23 años cuando por esas vueltas de la vida, aquello que algunos llaman destino, me llevó hasta Barcelona con una guitarra muda en la espalda y una valija cargadísima de juventud, ilusión y curiosidad. Apenas llegué y empecé a tantear el terreno me enteré de que cuando te movés por el globo terráqueo y llegás a un país que no es el que te vio nacer, empieza a correr un reloj de arena que va descontando día a día el tiempo legal que tenés para permanecer en ese territorio, lo que comúnmente conocemos como visa de turista. El país en cuestión te autoriza a permanecer en su territorio con alegría y entusiasmo por 90 días (sobretodo, si vas cargado de dólares o euros para gastar en su bienamado sector turístico), a partir del día 91 estás en infracción, sos ilegal, casi casi un delincuente común.

Esta aversión hacia una (no como vos persona, sino como sujeto de la ilegalidad) se va acrecentando cuanto más rico es el país en cuestión. No es exclusividad de Europa o Estados Unidos, pasa siempre. Es por eso que a partir del día 91 una empieza a tener miedo. Por ejemplo, mientras caminás por la calle embobada por todo lo nuevo y bello que empezás a descubrir, las preguntas te atormentan. ¿Qué será eso de ser ilegal? ¿Qué te harán? ¿Cómo te deportarán? Y si ves un mosso d’esquadra directamente se te paraliza el corazón, querés tener una pastilla de chiquitolina para que tu metro ochenta y tres se reduzca a cinco centímetros y medio.

Por todas estas cuestiones y otras, como necesitar trabajar para sobrevivir. Trabajar bien digo, aportando tus habilidades, pagando los impuestos que ese Estado te demande, etc. Empecé a averiguar con cierta desesperación cómo tenía que hacer para legalizar mi situación. Para no estar en infracción, para trabajar, para caminar en paz. Fue así que llegué hasta un Estudio de Abogados que tenía una oficina en el precioso y querido barrio Gótico. Era un estudio especializado en temas de inmigrantes, por lo que en las escaleras me crucé con marroquíes, filipinos y otros sudamericanos como yo.

La abogada que me atendió con cortesía, me dio sin querer una de las lecciones más importantes de mi vida. Me explicó primero que mi situación no se circunscribía a ninguna de las causales por las cuales yo podría tener derecho a solicitar una residencia en España, y luego, procedió con amabilidad a decirme que yo no me preocupara. Sus palabras exactas fueron:

–Pero tú no te preocupes, con ese aspecto de estudiante medio hippie que tienes no te van a parar en la calle para pedirte papeles.

Salí de ese despacho distinta. Salí con la certeza de que el mundo se guía por leyes de mierda. No importa cuan buena o inteligente seas, cuánta capacidad de trabajo tengas para aportar o no a una sociedad. Lo que importa es que no seas demasiado negra (porque yo soy negra), no parezcas pobre ni lleves impresas en tu aspecto, las señales de una vida dura o de sacrificios. No cuentes ni de broma que tus antepasados son indígenas. No, eso te delata, eso resta, eso te deporta.

El pasado 19 de mayo me encontré con la foto de un abrazo durísimo y hermoso a la vez. Un abrazo black&white, para una diseñadora gráfica no existe combinación mejor en el mundo. Eran dos personas encontrándose, dos jóvenes que se dejaban llevar por el instinto de humanidad. Él, preso del terror buscando amparo; ella, conmovida por su dolor, amparándolo. Nada extraordinario si no estuviera circunscripto a un contexto de horror. De negación a lo que genuinamente somos los seres humanos cuando no pensamos en dinero, pib y todas esas palabras difíciles que nos determinan la vida, el poder ser y la felicidad.

El 6 de mayo nos dejó el científico, biólogo, filósofo y escritor chileno Humberto Maturana. Uno de los grandes maestros que nos regaló el siglo 20. En una de sus últimas conferencias nos dijo que “Amar educa” y que nuestras niñas y niños no son el futuro de la humanidad, nosotros, las madres y los padres de esos niños lo somos. Lo que seamos nosotros hoy es en gran medida lo que ellos serán mañana. Lo que dejemos aparecer y ser, lo que propiciemos o no, ese es el futuro.

Gracias Luna, gracias maestro, por señalar el camino.


#escribirparaseguir #abrazoceuta #blacklivesmatter 




Comentarios

Entradas populares