Escribir para seguir #20

Un amigo muy querido muchos años antes de convertirse en padre, me confesó que él sentía la enorme ilusión de tener algún día un hijo o una hija, para entre otras cosas concernientes a la paternidad, leerle el “Discurso del Oso”.
Hace unos días recordé esa anécdota y me percaté de que nunca le había leído ese cuento –que desde aquel lejano día se volvió tan especial para mí– a Clementina. Así que procedí y ella que está dando sus primeros pasos en la lectura (lee cuánta etiqueta, cartel, letrero se le cruza por en frente) lo acogió con un entusiasmo que jamás imaginé.
Se lo leyó a su papá cada vez que llegaba del trabajo por varios días, en esa letra minúscula, chiquita, serifada, sin dibus, con un interés que me sigue sorprendiendo hasta ahora. Incrédula de que comprendiese lo que contaba el relato, yo le hacía una pregunta tras otra y ella me explicaba con su enorme sonrisa sin dientes, y con total claridad cada una de sus sensaciones al respecto de la historia.
Hasta que le propuse el desafío de ilustrar ese pequeño cuento de Julio Cortázar, el gran hechicero de las palabras. El que mezclaba como nadie fantasía, realidad, ironía, ternura e ilusión. El que escribía a veinte centímetros del suelo, para embrujarnos displicente por toda la eternidad.
En el “Día del Libro en Argentina”, este es nuestro humilde regalo, querido Julio.

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