Escribir para seguir #5

Estoy muy lejos de las llamas pero huelo el humo y estoy muy lejos del color rosa del lago, pero siento el dolor.
Por esas cosas que tiene la vida para los que preferimos la magia y no la ciencia, para los que elegimos la fe y no la razón; se me presentó aleatoria hace unos días una música de Facundo Cabral con la que me siento intensamente identificada. Luego de escucharla nostálgica ¿qué hace alguien como yo? Lo busca y lo encuentra en una entrevista lejanísima.
En ella me tropiezo con la frase de un campesino chino, que para mí resume, el que debiera ser el principal mandamiento para cualquier ser humano; sea religioso, ateo o agnóstico. La misma dice: “Si quieres ser feliz un día, emborráchate; si quieres ser feliz una semana, cásate; pero si quieres ser feliz toda la vida, sé jardinero”.
Y qué quiere decir “sé jardinero” es la siguiente pregunta. “Quiere decir gozar de la creación de Dios y cuidarla fervientemente para el que vendrá”, fue la respuesta de Facundo.
Entonces, en un domingo de sol brillante, regalazo de Dios –porque yo me ubico entre los que creen– olemos humo, e inmediatamente sabemos que vuelve el dolor. Que nuestras amadas Sierras arden, que nuestras aves huyen, que miles de animales sufren y mueren; que innumerables familias se ven obligadas a evacuar sus hogares y todo lo que habitan. Que los bomberos voluntarios están hastiados de apagar incendios que otros provocan, por una codicia demente.
La parte izquierda de mi corazón llora desconsolada hasta que abro una noticia en Infobae y leo Paraguay en un titular. Entonces escudriño con curiosidad y descubro que la Laguna Cerro, formada en una de las desembocaduras milagrosas del maravilloso Río Paraguay, se había teñido de rosa, más precisamente púrpura.
¿Por qué? Por la ambición esquizofrénica de los dueños de una curtiembre y la dirigencia política de turno.
En seguida, la parte derecha de mi corazón también llora a lágrima viva, y la vida se vuelve enteramente llanto. Porque pareciera que se extinguieron en masa “los jardineros”.
No es ninguna novedad que estamos destruyendo todo, que nos alejamos de la naturaleza y nos encerramos en bloques de cemento creyendo que esa vida sin su entorno sería posible. Pensando tozudamente que consumir a lo loco da felicidad, y que sostener pasivamente la industria de la basura es inofensivo.
No es ninguna novedad que a la dirigencia política de cualquier rincón de este bendito planeta, le puede más el dinero que cualquier otra cosa, aunque esa otra cosa sea la vida misma, incluso la de los suyos. Porque más que nunca hoy sabemos que no estamos a salvo de nada, que la ciencia ni el mismísimo dinero alcanzan para protegernos de nosotros mismos. Porque la vida es un boomerang desde siempre.
Algún día no tan remoto deberíamos dejar de dividirnos entre religiones, razas, clases, ideologías, nacionalismos, lenguajes y demás formalismos, para unirnos de una vez por todas a bregar por la “buena vida”. Que no tiene nada que ver con el lujo y el brillo, y todo que ver con el bienestar social, la salud, el trabajo y la paz en armonía con la tierra.
Hace dos años aproximadamente le hice esta foto a Clemen volviendo del jardín. Unos meses antes habíamos ido a Paraguay de vacaciones, y una mañana fuimos al súper Lambaré con mamá. Como normalmente nos movíamos en la camioneta de papá, la sillita para autos que me prestaron para ella había quedado ahí. Por lo tanto, la senté en el asiento de atrás y le puse el cinturón de seguridad. No le gustó nada, porque ella estaba acostumbrada a viajar alta en su sillita y desde el asiento no veía nada. Peleamos un rato hasta que se dio por vencida y se sentó haciendo puchero. Unos segundos después me miró enojada y me dijo: –¡¡Es que acá yo no puedo ver la montaña!!
Mamá y yo nos matamos de la risa, íbamos doblando hacia la Av. Félix Bogado.

Es nuestro deber y obligación volver a ser jardineras y jardineros, sea cual fuere nuestra actividad o el lugar del mundo donde vivamos. Nuestro compromiso de hoy por los derechos de los que vendrán. No hay excusas. 




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