Escribir para seguir #11

Llegó un atardecer de verano, como saben llegar los amigos del alma, sin avisar. Lo guió el olfato o ese instinto que tienen algunos para ir caminando derechito hacia la “buena vida”. Se enamoró a primera vista de la negra, la perra más encantadora del universo y sus alrededores.

Y si digo que en años no volvió a cruzar la ruta, es porque definitivamente no volvió a cruzar la ruta, tal vez por miedo a perder lo conseguido. Se instaló como esos familiares que se fueron por veinte años y que cuando vuelven, parece que jamás hubieran partido.
Nunca le pusimos nombre, no nos hizo falta. Sólo cuando alguien nos preguntaba caíamos en la cuenta de que era un “NN”. Bauti le decía “malo” por mi bendita culpa, por mi miedo de madre. Es que él estaba tan acostumbrado a la Lola que le permitía cualquier cosa; que para que no haga lo mismo con el recién llegado, yo le decía: -A él no, que es ¡malo!
Y así pasó el tiempo, y se mimetizó con el paisaje, con nuestra vida, con la cotidianeidad de la mesa servida para todos: humanos y perros.
Hace exactamente 34 días, el pasado 10 de diciembre, a eso de las 23 horas, cuando terminaba la jornada laboral, lo vi tiradito en el pasto justo en frente a mi casa. Lo divisé levantando la cabeza, y lo secundé para descubrir un cielo que hacía tiempo no me detenía a mirar. Tan estrellado que acojonaba, dirían mis amigos españoles.
Entonces me permití sentarme a su lado, a sentir el pasto pinchándome la piel, y lo acaricié un montón. Escuchamos juntos a Bad Bunny cantando esa de “Si veo a tu mamá”, e inmediatamente recordamos a la Pato. Y me prometí mirando al cielo, que un día no muy lejano, en cualquier playa del mundo, vamos a bailar esa juntas, bien contentitas, como en los viejos tiempos.
Ayer lo dormimos para siempre sobre nuestros brazos, con mucha tristeza, la que siempre deja la ausencia. Pero aprendimos de nuevo, grandes y chicos, que lo que importa es la vida. Cómo se elige vivir, con qué conciencia y alegría. Si con sonrisas, más allá de las preocupaciones que nunca jamás faltan, si con amor infinito más allá de la impotencia de lo que no se puede cambiar.
¿Y porqué no? Con fé. En lo trascendente, en lo divino, en lo que no podemos ver ni comprender.
Un cordobés que duerme conmigo diría con ojos empañados al principio y una carcajada estrepitosa al final: “El gordo no tuvo una vida, tuvo un ¡vidón!”, y es eso lo que nos queda para recordarlo siempre, con gratitud y alegría.
MALO = AMOL

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