Escribir para seguir #13

Desde que desembarcó en nuestra casa un Smart TV –justito antes de la pandemia– que los findes por la mañana son de música y cocina. Es así que la inteligencia artificial del señor YouTube ya sabe de memoria, que si me ofrece “Rezo por vos” de Charly y el flaco, en ese concierto inolvidable de Spinetta y las bandas eternas, no me resisto.

Hace unos días pasé frente a la tele justo en el preciso momento en que Luis arrancaba la canción en ese sólo de guitarra, que siempre pero siempre me da pirï* cuando lo escucho. Seguidamente, Charly arremetió preciso y luminoso con esos dedos mágicos al piano. La cámara le hizo un primer plano y vi en su rostro un embelesamiento tan hermoso, que me dio una envidia profunda, cochina, descarnada. Inmediatamente, otra cámara lo tomaba al flaco y la envidia se multiplicó, porque él estaba en el mismo estado, ambos a trece centímetros sobre el suelo. Se balanceaba al compás de los acordes y sostenía la guitarra con fuerza, moviendo sus dedos largos al compás apasionado de su alma. Y en su sonrisa enorme dentro de esa cara flaca, en sus ojos que se encuentran con los de Charly, su compañero músico de la vida probablemente, se produjo el milagro.
Entonces yo, en una mañana cualquiera de verano en Icho Cruz, fui feliz con ellos. Y esa felicidad que es pasado se volvió presente. Y pensé, en que definitivamente la vida es eso, por más vueltas que le demos, por más estrés que nos sumemos, por más tiempo que hipotequemos, por más pretensiones que nos impongamos. Lo verdadero y genuino de la vida son esos momentos, esos instantes profundos y eternos. Lo que nos rebosa el alma generalmente no sale tan caro, lo demás es “purpurina”.
Esta pandemia se llevó a demasiadas personas queridas, admiradas, entrañables. O en realidad, lo que hizo fue escenificar estrepitosamente y sin salidas de emergencia, la fragilidad absoluta de nuestra existencia, lo efímeros que somos en este universo. Y lo imprescindible que se vuelve, que todas y todos, vivamos plenamente mientras dure este viaje.
Por eso yo “rezo”, porque en serio construyamos desde abajo, desde la cotidianidad, desde las relaciones sencillas; desde lo pequeño pero imparable, una sociedad en la que no nos separen más los ismos ni los egos, y nos unan el deseo conjunto e imperativo de una buena vida.
Una vida justa, cálida, pacífica y feliz para el universo entero, sin excluidos, sin excepciones.

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