Escribir para seguir #15

Corría el año 2007 en la otoñal y bellísima Barcelona.

Sin temor a equivocarme, puedo decir que descubrí lo que era el Otoño, sus colores, su encanto, cuando lo experimenté en Barna. Más precisamente cuando pedaleé la Gran Vía rumbo a L’Hospitalet y Serra i Abella, cada uno de sus días.
Adrián y yo nos despedíamos de Lloret de Mar, Barcelona y Europa con esa mezcla agridulce de final e inicio. Era nuestro alfa&omega para lo que suponía dar el gran salto al charco, que nos llevaría a construir juntos nuestra familia.
Antes de soltar esa vida que amábamos y que nos duró tanto, esa vida de viajeros, amigos y cañitas, de playa y chiringuitos. Destinamos unos euritos más a surtirnos de carpa, bolsa de dormir y demás enseres, como último bastión de resistencia.
Consolidar nuestra familia fue una gran montaña rusa, tuvimos que guardar la carpa por más de 13 años. Le pusimos todo lo que hacía falta y hasta un poquito más tal vez, somos un poco tozudos también. Pero luego de ese tiempo largo e intenso, cuando las aguas se calmaron, y volvimos a mirar la vida desde la llanura (ya no desde allá arriba ni desde allá abajo), a mí me entró como uno de esos caprichos incomprensibles: para mis 44 necesitaba armar la carpa.
El clima no me acompañó, pero cuando se tiene que armar una carpa da igual si estás en Panaholma, Los Gigantes o la sala de tu casa. Cuando hay una ilusión se disfruta hasta con el gato (o principalmente con el gato jaja).
¿Qué podría decir frente al regalo de una nueva vuelta al Sol?

Gracias, siempre gracias.

Intentaré honrarte, briosamente.

P.d.: Vega no sale en las fotos porque estaba preparando el asadito.





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